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PERFIL: ATRAPADA EN SU MENTE

Un evento traumático puede desencadenar en una persona una serie de pensamientos indeseados sobre la muerte, y estos llegar a tomar el control de sus acciones.

Redacción: Guadalupe Gamboa

En la casa de la familia Aquino se siente un aire a melancolía. En un estante dentro de la sala, entre varios retratos se distingue la foto de una chica de 20 años, sonriendo ligeramente, despreocupada, ignorando lo que sucedería más tarde con su vida. Ella era Lary, de tez blanca y cabello negro, lo más resaltante era aquella sonrisa, ahora ausente como ella. Su familia no volvió a verla sonreír así otra vez.

El 15 de junio 1987 Lary Aquino desapareció. Su familia lo ignoró por completo, tuvieron que pasar 17 años para que por fin se dieran cuenta. La extrañan, del recuerdo que tienen de ella, ahora no queda nada, saben que nada será como antes.

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En su mente su padre evoca a la chica extrovertida, muy observadora y solo un poco ordenada, la niña que era antes. Era feliz. Por lo menos hasta ese año no había ocurrido nada grave. Lary tenía 21 años,  y  vivía en un pequeño pueblo sureño llamado Mala.

Tenía varios planes para cuando se mudara a Lima, ninguno de ellos se concretó. La recuerdan en silencio, como si nada hubiera pasado, como si las cosas no hubieran cambiado de un momento a otro. Ellos han continuado con sus vidas, en cambio ella ha quedado atrapada en el pasado.

 

***

Lary llevaba 5 años junto a Fernando, su novio y habían convencido a sus padres de dejarla casarse, para esa boda solo faltaba un mes.

La mañana del 15 de junio de 1987, Lary acompañaría a Fernando hasta su trabajo, pero desistió a última hora. Él solo iría a revisar un problema y regresaría, estaba de vacaciones. Pero, él no volvió, ese día un pequeño pueblo de Huarochirí, el lugar donde él trabajaba como ingeniero agrónomo, fue tomado por terroristas. Fueron asesinados uno a uno los trabajadores del Banco Agrario, entre ellos Fernando.

Ella no lo cree, aún no lo ha asimilado.  Sintió que su mundo se detuvo en el momento cuando le comunicaron el deceso  de su novio. No tenía que ir a identificar el cuerpo, pero insistió, quería verlo una última vez. Estaba maniatado, con el cuerpo amoratado y dos tiros en la nuca. Mientras Lary lo recuerda sus lágrimas brotan y en su expresión solo se refleja dolor y frustración. Jamás se recuperó, solo siguió adelante, pero muerta en vida. Se mantuvo silenciosa por semanas, meses. Iba tres veces a la semana al cementerio y le hablaba a la tumba.

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El trauma la llevó a la depresión y ésta desencadenó otro problema. Ahora los pensamientos negativos la persiguen, la obsesionan. No deja de meditar sobre la posibilidad de la muerte de un ser querido y aunque sea inevitable que suceda, pensarlo solo la hunde más.

En su infancia mostraba conductas extrañas, solo que no las habían percibido. A los cuatro años tenía ataques de irá, se estremecía y ahogaba en llanto, pero sus padres solo lo tomaban como un berrinche. Para ellos era una niña normal.  Antes de los 9 años, por decisión propia, empezó a lavar su ropa por su cuenta; su media hermana recuerda como Lary tallaba la ropa y la enjuagaba más de 15 veces, hasta que sus manos quedaban rojas y heridas, de hecho, aún lo hace.

Nunca tuvo hijos, no pudo, su único embarazo resulto en un aborto espontaneo a los seis meses de gestación, una perdida que lamenta aunque dice haberlo superado. “Es mejor así, el bebé no podría tener una buena vida”, dice Margarita, su madre, quién a sus 75 años no acepta que su hija tenga un trastorno, ella prefiere vivir de las apariencias y no contar que tiene una hija que los demás puedan considerar loca.

“Lo que ella tiene se genera por alguna obsesión y los rituales los hace para reducirla, no deberían tomarlo tan a la ligera, puede hacerse más grave”, dice Rebeca, su sobrina, quien estudió psicología inspirada en el caso de su tía.

Yesenia es su hermana menor y no la quiere cerca, discuten constantemente, “Prefiero que esté lejos, es desesperante verla hacer lo mismo una y otra vez”, dice ella, pero lo dice sin pensar en lo doloroso que puede resultar ser indeseable para tu propia familia.

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La vieja casa en Mala huele a tierra mojada, es un desastre ordenado, hay objetos perfectamente apilados en el piso, pero ninguno de ellos sirve. Antes era la casa de campo de la familia Aquino, ya nadie va, así que ahora es el refugio de una persona con trastorno obsesivo compulsivo.

Uno de los cuartos está repleto de muñecas de porcelana antiguas, álbumes con fotografías viejas y pequeñas figuras de cristal. Se van acumulando el polvo y los recuerdos. Al lado, en el pasillo una mujer cabizbaja camina contando sus pasos, ella es Lary, a 200 km de su familia.

Cuando su familia se mudó definitivamente a Lima, ella decidió quedarse, prefiere vivir en un pequeño pueblo, se siente más segura, pero no es solo eso.

Su vida resultó todo lo contrario a lo que esperaba. En la actualidad tiene 48 años, lleva más de la mitad de su vida con esta enfermedad y 10 años sabiendo que la tiene. Siente que si está cerca de su familia será una carga para ellos.

Sus rituales comienzan desde que despierta. Cuenta sus pasos, deben ser diez; se dirige al lavabo y mientras se lava las manos, se persigna, una y otra vez. Desde la puerta del cuarto su media hermana, quién está de vista, la observa. Sabe que ella no está bien, pero la deja, cree que no debe meterse, aunque en el fondo sabe que debería ayudarla.

Durante todo el día, Lary continua con su rutina, no puede evitarlo. Mientras limpia y ordena los objetos de la sala, debe tocar cada uno cuatro veces, de lo contrario la ansiedad se apodera de ella. “Sé que no tiene sentido, pero no puedo evitarlo, es frustrante”, dice Lary, con una voz temblorosa, intentando controlar el llanto. Su ansiedad no le permite vivir como cualquier persona, la limita.

Solo quiere vivir  tranquila otra vez. Desde hace un mes va periódicamente a su consulta médica, los doctores le recetan clomipramina,  pastillas para tratar su trastorno obsesivo compulsivo. Ha decidido tomarlas, quiere estar calmada.

No sabe algun día si podrá reponerse, luego de tantos años la enfermedad se hizo severa. Aunque su familia no le tomara mucha importancia, ella cree que podrá continuar sola, ya no le importa tener su apoyo. Empieza a creer que nunca es tarde para recuperarse.

© 2018 LaPepa.com

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