CRÓNICA: TRAS EL DISFRAZ
El Cosplay más que un hobby, se ha convertido en una especie de terapia. Así, muchos jóvenes y adultos profesionales se cubren de trajes inspirados en la ficción que liberan excéntricas personalidades, dejando al descubierto otras versiones de ellos.
Redacción: Guadalupe Gamboa

No hay nada malo en un disfraz, puede resultar incluso tierno ver a un niño usando uno, pero la situación se torna diferente cuando es un adulto quien decide enfundarse en la piel de un personaje ficticio.
Una afición tan peculiar como esta siempre consigue críticas y comentarios extrañados por el hecho de que un adulto disfrute de vestir un disfraz fuera de la época de Halloween. Pero, detrás de aquellas singulares vestimentas siempre hay una persona con un trabajo, una familia y una historia. Quizás la nostalgia de su niño interior los llama a hacerlo. Quizás llevan a cabo la ilusión de convertirse en un personaje que admiraban. Sean cuales fueran las razones, en este arte puedes ser tú mismo y otro a la vez.
Son las 6 pm y por los pasillos del Centro Comercial Arenales están deambulando unos cuatro chicos cubiertos de excéntricos vestuarios. Nadie los mira raro, al parecer esto es común por aquí. Cada fin de semana se realiza algún evento sea de videojuegos o de aquello que tenga que ver con la cultura pop o anime. Siempre pasa algo. Ese sábado en la tarde se ven varios cosplayers van promocionar el Fan Expo.
Es la primera vez que están con la hora. En el quinto piso del Centro comercial se encuentran unas cuatro personas esperando en el baño a quienes faltan vestirse, era evidente que no vendrían así desde sus casas. Entre los que esperan están dos fotógrafos, una mujer y un hombre, ambos jóvenes y vestidos totalmente de negro. Están esperando también dos cosplayers. Un chico de peluca morada y Rita, una mujer pelirroja, contadora de profesión, lleva un traje que hace suponer que es parte de la tripulación del Enterprise de Star Trek. Kirito, como se hace llamar el joven de cabellera morada, dice haber tenido un evento de Nintendo antes de venir a promover este otro. Espera impaciente a que termine a las 7 pm, pues trabaja en un call center y debe regresar a su trabajo a las 8 pm. Está en su hora de descanso.
Unos 15 minutos después, sale del baño una chica de tez blanca y con un poco de sobrepeso, a pesar de este detalle se ha disfrazado de Gwen Stacy, la rubia y curvilínea novia de Spiderman. Ella es Erika Jaime, una joven estudiante de comunicaciones quien prefiere pasar su tiempo libre haciendo cosplay. Odia su trabajo como mercadóloga en OPI según cuenta, pero tiene que hacerlo, así es la vida. Un momento más tarde, Gwen se encuentra siendo rodeada por flashes de cámaras tal y como una si fuera una famosa estrella. Es comprensible entonces la razón por la que prefiere ser otro personaje, otra versión de ella. Esto empieza a parecerse mucho a una terapia.
Luego de la promoción, Erika visitará a su cosmaker o confeccionista, ya está preparándose para su próxima caracterización. Será una armadura, y ya planea los materiales que usará. Está tan emocionada por el proceso que le espera, parece una niña a la expectativa de un regalo.
Al cabo de hora y media llega a un oscuro y sucio barrio en Surquillo, ahí está la casa de la cosmaker. “Un cosplay es totalmente diferente, me emociono haciendo estos trajes”, dice Jenny, una señora de 54 años, mientras recibe a sus clientes con una humilde sonrisa que acentúa aún más las líneas de expresión en su añejo rostro. Confecciona los complejos vestuarios desde hace 4 años, pero es costurera en Gamarra desde hace 25. Confiesa que a veces ha requerido la ayuda de hasta tres personas, pero según menciona: “esto resulta un buen negocio”. Y ciertamente lo es, pues un solo traje puede llegar a costar más de 400 soles, según la dificultad. No cualquiera podría costearlo.
A las 6:10 pm llegan a Arenales los organizadores del evento y su staff, solo son unos siete hombres que aparentan tener un vasto conocimiento en cultura pop, básico para estar ahí. El personal rápidamente toma las fotografías de rigor. A su vez entregan un fajo de volantes que serán repartidos para la promoción. Antes de iniciar el recorrido con los participantes, fijan su público objetivo y toman unas últimas fotos.
Luego de un momento, los jóvenes aparecen enfundados en sus trajes atravesando el Centro Comercial con tanta naturalidad. En los espectadores, asiduos a Arenales, se puede reflejar cierto estupor. Quizás sea por el valor que tienen aquellos chicos para vestir así, o por la rareza que resalta de aquella peluca morada.
Siguiéndolos de cerca, permanece una mujer morena, tiene el cabello pintado de rojo intenso, poco natural. Ella lleva un bebé de tan solo dos años en brazos. El niño está disfrazado de un personaje de Pokemon, parece disfrutar de la atención. La joven madre no es cosplayer, aunque le gusta el estilo no se atreve a usarlo, pero lleva a su pequeño a cuanto evento puede.
Durante su recorrido parece que convencieron a varios jóvenes de asistir al evento, quizás sea ese el inicio de nuevos cosplayers. Al concluir su caminata bajan al sótano. Nuevamente posan para la cámara, mientras les toman más fotos, llegan a creerse el personaje, lo viven.
En una esquina hay un grupo de adultos conversando, mientras dos fotógrafos con gigantescas cámaras profesionales enfocan a una mujer vestida totalmente de rojo. Ella lleva además unas pequeñas, pero filudas armas de utilería, se ha caracterizado como Electra, un personaje de Marvel Comics. Entre todo eso se encuentra Rodrigo, un joven empresario casi tan alto como una puerta, lleva anteojos y una casaca café de cuero, hoy no se ha disfrazado. Vino para acompañar a su novia, Alex, la chica que está bajo reflectores mostrando su expresivo rostro. Habitualmente es ella quien representa los personajes, en otras ocasiones ambos lo hacen, así se conocieron. Saliendo del trabajo ha venido para hacer unas tomas de su vestuario, es para la promoción de un evento de cosplay. Ella lo toma casi como una ocupación. Él prefiere no hacerlo, separa mucho su vida profesional de su hobby, “me miran raro”, dice él, prefiere no publicar mucho sobre ello.
Él tiene razón, la mayoría de los cosplayer usan un alias para presentarse, saben que deben dividir su vida real de su vida como personajes. No ocultan su identidad por miedo a que parezca que hacen algo malo, tienen conocimiento de los prejuicios existentes en la sociedad. Aunque es probable que algunos sí tengan algún temor, no quieren ser vistos como personas inmaduras. Entre esos casos se encuentra Rafael, un profesor universitario, quien pese a su serio aspecto sorprende a más de uno cuando revela su afición por el cosplay. Claro, esto no es algo que les comente a sus alumnos, pero es parte de su vida.
Cada persona decide llevarlo diferente. Eduardo, quien cree firmemente que la felicidad puede ser encontrada debajo de un disfraz, tiene 31 años y un intimidante aspecto que contrasta con su alma de niño. Ha marcado una diferencia en sus vestuarios, siempre lleva una máscara. Es diseñador gráfico de profesión, pero en sus tiempos libres puede ser Sub-Zero, un personaje de Mortal Kombat. Próximamente será El soldado de invierno, pues ha prometido a su pequeño hermano ir a un evento con él como el Capitán América. Parece que todos quieren ser héroes, aunque sea por un solo día.
Al fin y al cabo, no es real todo lo que la gente piensa. Al terminar todo, se cambian y vuelven a ser ellos, en su versión más clásica. Se reintegran a la realidad, ellos ya saben enfrentarla. Regresan a su vida como simples mortales.